Te riges por la ley de la veleta
que sólo apunta donde ordena el viento;
no tienes voluntad ni atrevimiento
para elegir con libertad tu meta.
Te manejan como a una marioneta
que obedece fielmente al mandamiento
de la mano que pone en movimiento
su inerte y su indolente silueta.
En humana veleta convertido,
señalas servilmente donde ordena
un viento vagabundo y sin sentido...
Humana marioneta que, en la escena,
repite el mismo gesto que ha aprendido
del payaso de turno que la entrena.
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