Con eufónico señuelo
de esos cantos de sirena,
tanto joven se enajena
que ya no pisa en el suelo.
Ya sólo encuentra consuelo
en ambientes de verbena
con bullanga de cadena
que alteran su cerebelo.
Gran parte de su existencia
se “pasa”… enganchado al cable
por fiel fonodependencia.
Ya es insaciable, insociable
y, en síndrome de abstinencia,
se torna un ser intratable.
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