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miércoles, 7 de enero de 2015

SE ME DESPUEBLA MI PUEBLO


Se me despuebla mi pueblo,
se desangra a goterones
por un incurable cáncer
que sus entrañas carcome.
Un traje gris, de cemento
le han puesto porque no note
sus laceradas heridas
y un buen aspecto recobre.
Padece una enorme anemia
de gente por migraciones
y apenas se nota vida
por falta de pulsaciones.
Por las venas de sus calles,
gotea, pero no corre,
la vida humana arrugada
con canas y pasos torpes.
Un mal viento huracanado
se llevó risas y voces:
las viejas al camposanto
y, a tierra extraña, las jóvenes;
desgarró ramas, raíces
y hasta los más tiernos brotes
de los troncos familiares
más débiles y más pobres.
Borró sendas y caminos,
cerró puertas y balcones
y anubarró la alegría
con negruzcos nubarrones.
Pasa el tiempo de puntillas
por mi pueblo, sin un norte,
sin apenas dejar huellas
de su paso monocorde;
cuando pasó por la plaza,
dejó al reloj de la torre
paradas sus manecillas
en unas trágicas doce.
Sin esperanzas en presente,
sin luz en el horizonte
que anuncie una nueva aurora
después de una inmensa noche,
mi gente sordicegada
vive indolente y conforme,
de espaldas a la tragedia
de un pueblo que se corrompe
en el fondo de un abismo
sin inquietud, sin resortes
para salir por sus fuerzas
al nivel que corresponde.
Por tercas desconfianzas,
mis gentes siempre se oponen
a toda opinión ajena
si no es con la suya acorde;
nunca aplauden los progresos
del vecino, sus valores
y, por embriaguez de orgullo,
jamás su error reconocen.
En vez de buscar unidos
de tanto mal las razones
y trabajar en enjambre
para encontrar soluciones,
en su corazón cosechan
envidias, odios, rencores…
que almacenan en el alma
en frias y turbias trojes.
Pagando estamos facturas
antiguas, rancios errores
de voluntades ajenas
que ocultaron horizontes
y sembraron conformismos,
pena, incultura, temores…
para reunir un rebaño
corderamente uniforme,
siempre sumiso a costumbres
rutinarias, va por donde
le marcó un amplio camino
algún personaje innoble.
¿A quién dirigir los gritos
de alerta si ya no te oyen
y, si te oyeran, no escuchan
tus desgarradas razones?
Prefieren seguir su siesta
de amodorrantes sopores,
con sus perezas mentales
idóneas para otros sones.
¿Cómo sembrar las semillas
-las ideas e ilusiones-
en tierra estéril, reseca
para que allí se malogren
y pierdas simiente, tiempo,
abono, fuerzas, sudores
y cojas como cosechas
amarguras, desazones?...
¿Dónde plantar las palabras
para que arraiguen y broten
y den sus flores, sus frutos
en fraternos corazones,
en otras almas hermanas
inquietas, porosas , nobles
y no se pudran en tierras
de olvido entre el vil cascote?
No manchan resentimientos
estériles, sordos, miopes
mi corazón, sus mandatos
y sus quijotescas órdenes.
Es el amor -¡sólo amor!-
a mi pueblo el que me impone
estas ingratas tareas
de ser notario – no cómplice-
para anotar tanta ruina,
desolación y desorden,
sin poder seguir callando
tantas verdades atroces
que intentas pasar a muchos,
pero pocos te responden.
Cada cual va a su negocio
sin que lo ajeno le importe,
tortuguilmente encerrados
en duros caparazones.
Empapado de impotencia,
yo retorno a mis rincones
a cosechar en cuartillas
mis inquietudes insomnes,
a cultivar la paciencia
mientras espero mejores
y más luminosos días
que rediman tanta noche…
Wenceslao Mohedas Ramos.