Conocí muy de cerca a don Adán
y su vida vivida a todo tren,
un modelo del mal en este edén,
nuestro mundo...¡perdón!- el de Satán.
Un cacique parásito, holgazán,
desalmado, su alma era almacén
de viciosos placeres, un harén
donde hacía funciones de sultán.
Por tener por el mango la sartén,
disfrutaba favores si afán,
sin sudor por su vino y por su pan,
con su renta y ... su amante por amén.
La existencia alterada de algún gen
le alteraba en excéntrico trajín;
cultivaba del alma en el jardín
el rencor y la envidia y el desdén...
Le gustaba vivir a tutiplén,
emulando a la gente de postín
en sus modos y modas, figurín
con figura de adorno de un belén.
Por concepto festivo, tal festín,
de este efímero mundo como un don,
convertía su vida en un bidón
por llenar... con el máximo botín.
Corazón con durezas de adoquín,
incapaz de piedad y de perdón,
cuyas zonas profundas de su hondón
la negrura imitaban del hollín.
Su voraz pesadez de moscardón
la empleaba tan sólo para algún
interés amoroso sin runrún:
la mujer... ¡su precioso galardón!
Consumiose la cera, el algodón
de la vela -la vida- tan común
de este ser con entrañas de betún,
un cacique extremeño comodón.
Derrochó tantos años al tuntún
entre enredos y faldas, de fardón
y acabó contra un duro paredón,
enlatado en su coche tal atún.
Dos campanas transmiten sin nigún
escozor la noticia en su din-dan
que este edén abandona don Adán
tras hacer tanto mal al bien común.
(*) Poema publicado en la antología
"Extremadura desde la ausencia"
que edita la Junta de Extremadura.
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