Un impulso febril y turbulento
te apartó de la espiga y de la encina
y dejaste la parda disciplina
que te impuso tu humilde nacimiento.
Te fuiste a la ciudad ¡Qué triste acento
de gente presurosa en su rutina
de un humano rebaño que se hacina
entre asfalto, cristales y cemento!
Y tú, tan natural y tan sencillo,
semejabas un cándido cordero
entre tanto bullicio y tanto brillo.
La extraña sensación de forastero
te otoñó tu esperanza en amarillo
y siempre te sentiste un prisionero
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