Hasta el cielo te niega, tierra mía,
su líquida limosna, ni una gota
de lluvia bienhechora y sólo azota
tu reseca epidermis la sequía.
Y esperas vanamente cada día
de la lluvia escuchar la húmenda nota,
pero tiempo te humilla y te derrota,
convirtiendo tu espera en agonía.
Traicionada por nubes y por vientos
y al sopor de una larga calentura,
te encuentras pardamente insatisfecha
porque el cielo está sordo a los lamentos
del sediento rebaño, sin pastura,
del serio labrador sin su cosecha...
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