El oro de mi tiempo lo malverso
en ético y vital imperativo
y escribo, luego vivo y sobrevivo
en ambiente importuno, muy adverso.
Escribo para ciegos... y converso
con sordos voluntarios; lo percibo
por su aspecto glacial y despectivo,
pero sigo y prosigo con mi verso.
Cieguisordos a asuntos tan sutiles,
van los hombres borrachos de un mal vino
por su noche sin luna, sin perfiles.
Yo no sé qué violento remolino
ha apagado la luz de sus candiles
y van locos, con prisas, sin destino...
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